El Doctor Robert Ledgard, eminente cirujano plástico, está a punto de perfeccionar su última y más brillante creación: una piel sintética capaz de reconstruir tejidos destrozados y aparentemente irrecuperables. No obstante, sus avances médicos topan con las barreras de la ética, al plantearse el tratamiento con seres humanos como un paso demasiado arriesgado. No obstante, ningún impedimento moral se interpondrá en el camino del doctor, al estar éste cegado por un trauma familiar que le persigue allá donde vaya.
No habían pasado ni dos años desde su última producción, pero en realidad Pedro ya llevaba mucho tiempo peleándose con un texto que se le atragantaba. Una obsesión que le perseguía y que tenía su origen en una novela de Thierry Jonquet titulada 'Tarántula', de aparente ligereza por su poco volumen y por las pocas concesiones a la calma y la pausa que daba una acción a ratos trepidante. Una historia a medio camino entre la intriga detectivesca, el drama psicológico y el cuento de terror, a priori elementos todos ellos muy atractivos para ser adaptados a la gran pantalla. Pero resulta que el lenguaje cinematográfico es caprichoso, y no siempre se muestra excesivamente amable con los espectáculos propuestos en otros formatos. Así es, el arácnido de Jonquet se descubrió como un bicharraco peludo al que era muy difícil atacar.
El encanto del relato picó de lleno a Almodóvar, inyectándole un veneno de curación casi imposible. El libro debía -merecía- ser llevado al celuloide, pero los múltiples saltos temporales y la ambigüedad narrativa de ciertos tramos tejieron una telaraña; una trampa mortal de la que era casi imposible escapar... sólo si se hacía trampa; sólo siendo más hábil que el captor. Una maniobra al alcance de muy pocos autores, pues son pocos los genios que pueden desviarse del camino trazado, para que la adaptación llegue a buen puerto, y sin que además se note la ''afrenta'' a la materia prima. Un ejercicio casi de ilusionismo con el que nuestro cineasta manchego favorito consiguió materializar lo que se antojaba como el guión imposible. Todo listo pues para lanzarse a los brazos del público que más le quiere... el francés.
Hizo falta muy poco para que en Cannes la gente se levantara de la butaca y cambiara el ceño fruncido causado por el -enésimo- escándalo con la firma de Lars Von Trier, por la sonrisa más dilatada. "Mesdames et messieurs... Pedro Almodóvar!" Y la locura se desató en el incomparable escenario del Grand Théâtre Lumière.
Era esa la cuarta visita del manchego a su certamen favorito, y era esta la cuarta ocasión en la que salió ovacionado, confirmando que el feeling con el público galo sigue intacto. Así quedó latente con la proyección de 'La piel que habito', en la que los espectadores le rieron todas las gracias al realizador español, y en la que, cuando las luces se volvieron a encender, se acompañaron los títulos de crédito finales con un sonoro e interminable aplauso.
Hay quien todavía afirma que se trataba de un combate ganado mucho antes de librarse, ya que el amor que profesa la Croisette por Pedro es tal, que la calidad de los productos que presenta es lo de menos. Apostar por la buena acogida de una película de Almodóvar en Cannes es apostar al caballo ganador. Cierto, pero matizable, puesto que con 'La piel que habito' la jugada fue arriesgada, no sólo porque se tratara de un -leve- giro en su carrera, sino porque además significó pugnar por la escurridiza Palma de Oro con un título que podía compararse con demasiada facilidad (el mad doctor, la irónicamente destructiva obsesión por la reconstrucción facial, además de muchos otros puntos de unión a nivel más hipodérmico) con uno de los que a día de hoy sigue siendo considerado como uno de los buques insignia de la nouvelle vague: 'Ojos sin rostro', de Georges Franju. Palabras mayores para un duelo de alturas del que Almodóvar salió ileso, lo cual en el fondo no se aleja demasiado de una victoria épica.
Así pues, que no teman los seguidores de este singular director. Por mucho que se nos haya vendido su última obra como algo radicalmente diferente a lo que nos tenía acostumbrados en los últimos años, lo cierto es que hacía tiempo que no veíamos una película con una acumulación tan descarada -para bien o para mal- de tics y gestos de su autor. La historia de Jonquet, ya sólo por el tremendo giro argumental final, era ideal para que Pedro se regodeara, y la ocasión no es desaprovechada... es incluso modificada a través del carácter y la geografía toledana, o en forma de inesperada visita felina, para perder en sadismo (aunque el guión va igualmente sobrado de este factor) y ganar en los ya clásicos enredos familiares culebrescos que tan buenos réditos cómicos acostumbran a dar a Almodóvar, un cineasta que una vez más, nos lleva a un universo colorista y desmadrado que parece que sólo pueda habitar él, pero que de nuevo, hipnotiza a propios y extraños con su vitalidad e innegable gracia.
Lo retorcido y enfermizo de la trama hacen que el conjunto pierda en poder emocional, no obstante, 'La piel que habito' recupera el encanto y el descaro de aquel director primerizo que se daba a conocer a grito pelado desde la movida madrileña, con su concepción radicalmente pasional del amor, y con las emociones, cómo no, siempre a flor de piel. Es en definitiva una especie de back-to-classics delicioso (con el plus de la madurez en la puesta en escena adquirida a lo largo de tantos años de experiencia), que por supuesto tenía que venir acompañado por el antaño actor fetiche por excelencia, Antonio Banderas. Hasta él está entonado en este algo vano pero alocadamente divertido film.
Víctor Esquirol Molinas
(www.elseptimoarte.net)
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