Joe Wright es un director de cine de época y de
romances, o eso ha demostrado hasta ahorita. Llevar a la pantalla grande el
clásico literario de Leon Tolstoi, Anna Karenina, puede ser un reto que muy
pocos parecían aceptar, pues comparar al hermano de letras con el de las
imágenes siempre resulta en desastre.
Sin embargo, Wright, acusado constantemente de
académico, tiene una visión “experimental” y que no duda en explotar esta
ocasión para adaptar esta tragedia romántica de la literatura rusa.
Anna Karenina es una aristócrata de la Rusia zarista
del siglo XIX, casada y con un hijo, inicia una relación fuera del matrimonio
con el apuesto conde Vronsky, lo cual la llevará a una espiral de locura y
pasión que cambiará toda su vida.
Lo que más llama la atención de esta película, a
primera vista, no es el contenido significativo sobre el amor conducido por un
mundo machista, sino la factura.
Cual si fuera una farsa teatral (el mismo director
dijo elegir esta visión por considerar la corte rusa una farsa) la cinta se
desarrolla con un montaje de tipo escénico que remonta a otras películas, sobre
todo musicales como Chicago o Moulin Rouge, hasta El Atentado de Jorge Fons. El
estilo de la sociedad y la política como una pantomima no es una forma novedosa
de narra como ya lo vimos, sin embargo, nuca se había logrado en una tragedia
de esta magnitud.
El experimento de Wright, no tan original, resulta
bastante ostentoso con bombo y platillo, pues el despliegue técnico y artístico
es perfecto. El vestuario, los decorados, el diseño de producción, el
maquillaje, la fotografía, el montaje, la música y hasta el sonido alcanzan una
notable maestría; visualmente la película es incuestionablemente hermosa y
perfecta.
De la protagonista, la actriz fetiche del director,
Keira Kingthley, se puede decir que hizo una aspiral ascendente (tan típica en
ella). Primero aparece con una forzadísima actuación, nada creíble y hasta
opaca, pero conforme se avanza la película (y la intensidad del personaje) la
señorita Kingthley da muestra del gran talento que posee y aprovecha su
experiencia en escenas de romance para darnos una interpretación digna al final
de la película.
Otra interpretación llena de matices es la de Jude
Law, un excelente trabajo histriónico y quizá uno de sus mejores papeles en
toda su carrera. Por su parte, los secundarios cumplen cual figuras teatrales
que entran y salen de escena. Aunque ojo con Domnhall Gleeson, que brilla en
todas sus escenas.
Anna Karenina es en sí un experimento estilístico y
artístico bastante notable del director.